¿SABÍAS QUE…

… A DOMINGO LE PROHIBIERON TIRAR LA TOALLA?

A ver, la situación, tal y como la dejamos el mes pasado, es como para tirar la toalla, la maleta y la casa entera, acabar con el alma en los pies y no volver a levantar cabeza en toda la vida. Te prometo que no estoy dramatizando. Dime tú cómo te tomarías el haber afrontado un señor viaje para llegar hasta Roma, conseguir que te gestionen un encuentro con el Papa y, antes de poder cruzar una sola palabra con el sucesor de Pedro, te salgan del Concilio diciendo que prohibido aprobar nuevas órdenes.

Nuestro pobre Domingo tenía en este momento 45 años. Había invertido los mejores años de su vida en el proyecto de formar predicadores. No había trabajado solo, sino que había contado con el apoyo de varios obispos. ¡¡¡Estaba tan seguro de que aquello era algo querido por el Señor!!! Pero ahora la Iglesia le cerraba las puertas…

Durante la cena, el obispo Fulco estuvo sombrío y meditabundo. Este tipo de reveses no le sentaban nada bien al pobre hombre. Lo cierto es que ni él ni Domingo cenaron gran cosa: los dos tenían un buen nudo en el estómago. Sin decir mucho más, se despidieron y se retiraron a sus habitaciones.

Sin embargo, en cuanto reinó el silencio, el suave crujir de una puerta que se abría cuidadosamente se perdió en el pasillo. Domingo salió de su habitación con todo sigilo… y puso rumbo a la iglesia.

Allí, en el altar, había un hermoso crucifijo de madera. Arrodillado ante él, Domingo alzó las manos en silencio. ¿Y ahora qué? ¿Qué camino debía seguir?

El silencio empezó a volverse pesado como plomo. Domingo tuvo la sensación de que tenía todas las piedras del edificio sobre sus hombros. Le costaba mantenerse erguido… Los párpados se le entrecerraban…

El castellano no era de dejarse vencer por el sueño. Aguantaba las vigilias sin despeinarse, y, por poco que durmiera, siempre estaba más fresco que una lechuga. Pero esa noche, ¡le resultaba imposible mantenerse en vela!

Y allí mismo, ante el altar, recostado en uno de los escalones del presbiterio, se quedó profundamente dormido…

De pronto, Domingo escuchó los gemidos de un hombre. Parecía terriblemente afligido. Lo cierto es que, oírle, partía el alma.

Domingo se puso en pie para encontrar a aquel hombre y ofrecerle algo de ayuda y consuelo. A pesar de la oscuridad que reinaba, vio su silueta al fondo, iluminada por un rayo de luz. Estaba arrodillado, cabizbajo, abatido… Nuestro amigo se acercó lentamente hacia él pero, cuando ya abría la boca para decir algo, la voz se le congeló en la garganta. El hombre había alzado la vista al cielo, y pudo ver su rostro de perfil. Era un rostro surcado en lágrimas, pero indescriptiblemente bello. Los largos cabellos castaños caían con suavidad sobre sus hombros, y la barba realzaba aún más sus facciones. Domingo reconoció esa túnica blanca, ese manto rojo… No era un hombre cualquiera. Era el Señor.

El castellano se quedó petrificado en la penumbra, a distancia, sin atreverse a avanzar más. Completamente estremecido, escuchó los lamentos de Cristo: gemía por su Iglesia, su amada Iglesia, a la que veía desmoronarse, apartándose de Él…

-No llores…

Domingo se estremeció. Reconoció aquella voz que sonó dulcemente a su espalda, esa voz tan tierna… la voz de una Madre. Centrado como estaba contemplando al Señor, no se había dado cuenta de que la Virgen se había acercado y se había puesto a su lado. El castellano, rápidamente, inclinó la cabeza.

-Mi Señora… -susurró sorprendido.

Ella le dedicó la más dulce de las sonrisas. Puso Su mano sobre el hombro de Domingo y volvió la mirada hacia Jesús.

-Hijo mío -dijo serena-, yo misma he elegido a estos dos hombres y los he preparado. Ellos renovarán la Iglesia.

Domingo miró asombrado. En efecto, había alguien más al otro lado de la Virgen, alguien a quien Ella también había puesto la mano en el hombro. Nuestro amigo se fijó en el hábito oscuro de aquel hombre. Ojos vivos, pelo algo desaliñado, barba… Lo cierto es que su rostro no le sonaba de nada y él también miraba a Domingo con la misma sorpresa, ante la sonrisa complacida del Señor y su Madre.

Nuestro amigo quiso preguntar el nombre de aquel misterioso religioso, pero, antes de decir una palabra, el alegre repique de las campanas le hizo despertar de su sueño.

Amanecía. Domingo se frotó los ojos. Solo había sido un sueño… o tal vez no. ¿El Señor y su Madre contaban precisamente con él para renovar la Iglesia? ¡¡¡Pero si todos sus proyectos parecían ya un fracaso!!! ¿Tenía que seguir luchando?

Bueno, había una forma de saber que el sueño había sido algo más: encontrar a ese misterioso compañero de misión que había visto junto a la Virgen. Pero… ¿existiría?

PARA ORAR
-¿Sabías qué… la verdadera renovación es la santidad?
A lo largo de todos estos años de andadura, la Iglesia ha tenido que afrontar numerosos desafíos, dificultades internas y externas, situaciones históricas complicadísimas… y, sin embargo, ¡¡sigue en pie!!

El Señor prometió: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18).

Que la Iglesia siga en pie es la prueba patente de que Jesucristo sigue cuidando de Ella. Ninguna institución puramente humana, aunque sea más poderosa o mejor organizada, ha conseguido superar el desafío de los siglos. El hecho de que tú y yo formemos parte hoy de Ella, ¡¡¡es todo un milagro!!!

Y, si te fijas, en los momentos más difíciles, cuando parecía que las cosas no podían arreglarse, siempre, siempre, el Señor ha respondido… haciendo surgir a los más grandes santos.

La renovación de la Iglesia es la santidad, corazones enamorados de Cristo, que se dejan guiar por Él y llevan Su amor a los demás. Así pues, para un cristiano no hay espacio para el lamento, sino para la oración confiada: “¡¡¡Señor, envíanos santos!!!”.

Él y su Madre ya los están preparando… y tú puedes ser uno de ellos. En palabras del papa Francisco: “¡Todos estamos llamados a la santidad!”. Y de ello depende que florezca la Iglesia. ¿Te apuntas?

VIVE DE CRISTO

PD: El sueño de santo Domingo ha servido de inspiración a numeroso artistas, y no me resisto a enseñarte uno de los cuadros que narran este hecho y que, gracias al Museo del Prado, podemos ver con excelente calidad. Lo pintó Zacarías González Velázquez, allá por el año 1787 y, como puedes comprobar, le dio una perspectiva un poco diferente…

En este lienzo vemos a Jesucristo dispuesto a atravesar con tres venablos al demonio, que se retuerce en la tierra, mientras Virgen le señala a los dos religiosos que ha preparado para hacer frente al poder del Maligno. Tal vez aún no sepamos quién es el religioso de hábito oscuro, ¡pero no te pierdas el detalle del perro con la tea encendida, para que no haya dudas de que ese es santo Domingo! (Puedes recordar la explicación de este detalle aquí: https://www.dominicaslerma.es/vivedecristo/sabias-que/1943-sabias-que-2.html#:~:text=Domingo%20se%20le%20representa%20con,en%20Juana%2C%20madre%20del%20santo.)

 

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