¿SABÍAS QUE…

… “EL CHICO” CAYÓ EN UNA EMBOSCADA?

Pobrecito mío, si es que el muchacho era de lo más inocente que te puedes encontrar y va Domingo y le deja solito en Toulousse… pues, claro, hubo quien se frotó las manos de felicidad viendo la ocasión de dejar en evidencia a los “predicadores”. 

Para ser honestos, hemos de decir que lo tuvieron fácil: cuando Domingo y “el Chico” llegaron a la ciudad, el conde les había organizado el hospedaje en la posada, pero, desde el principio, ellos habían preferido ir mendigando tanto la comida como el lugar donde dormir. Así que atrapar a nuestro joven sacerdote no tenía mucha dificultad. Simplemente, una familia, aparentemente bondadosa, le ofreció pasar la noche en su casa. 

¿Y qué hizo “el Chico”? Aceptar, obviamente, y dando gracias a Dios… mientras a los jefes cátaros se les saltaban las lágrimas de alegría al ver que el joven iba como un corderito manso a la trampa… El plan estaba funcionando a las mil maravillas. 

La familia que le acogió no era precisamente pobre. La casa era amplia y con varias estancias, por lo que le ofrecieron una habitación para él. Nuestro amigo se sintió algo abrumado: cuando iba con Domingo, siempre se hospedaban en casas pobres y, si les acogía alguien más acomodado, pedían dormir en la cuadra con los animales. 

Trató de convencer a sus anfitriones de que no quería esa habitación, pero el suyo no era precisamente un carácter fuerte, así que el señor de la casa cerró la discusión sin opción a réplica: 

-Insisto: sois mi invitado, y esta noche la habitación es vuestra.

No sabía bien “el Chico” lo mucho que iba a echar de menos esas cuadras ruidosas y llenas de pulgas… 

Pero el asunto no quedó ahí, sino que tomó un cariz de lo más sospechoso cuando la dama le indicó que le había dejado ropa limpia sobre la cama. 

-Quítese esas vestiduras, caballero, que diré a las criadas que las laven ahora mismo. Cuando salga el sol, las tendréis limpias y secas. 

Aquello empezaba a oler a chamusquina… Bueno, a azufre, para ser exactos. Tanta amabilidad al “Chico” le resultaba sospechosa, pero… ¿tenía motivos para desconfiar? ¿Y si solo estaban siendo generosos? 

Entró en la habitación. El ambiente era muy agradable, cálido gracias a una hermosa chimenea donde una hoguera chisporroteaba alegremente. Sobre la cama, un amplio camisón blanco. No pudo mirar mucho más ya que, desde fuera, la dama comenzó a dar golpecitos en la puerta metiéndole prisa. “El Chico” se quitó la túnica rápidamente y abrió cauteloso una rendija para sacar la ropa sin ser visto. La mujer se lo agradeció y cerró la puerta. 

Ese fue el punto. Cerró la puerta. Con llave. Al “Chico” casi le da un infarto. 

Empezó a aporrear la puerta dando voces… y su propio alboroto no le permitió darse cuenta de que había alguien más en la habitación, alguien que había permanecido tras la cortina, y que ahora se acercaba sigilosamente por la espalda. Cuando sintió su presencia, ya era demasiado tarde. 

El “Chico” se dio la vuelta y se encontró “entre la espada y la pared”. Bueno, en realidad, entre la puerta cerrada… y una seductora jovencita.

Lo que le salía del alma a nuestro buen amigo era ponerse a gritar, agarrar una silla y defenderse a golpes cual gato panza arriba, sin embargo, en esos meses que había pasado con Domingo, el “Chico” había visto al castellano tratar a las prostitutas con amor, con respeto… ¡había visto cómo Cristo tocaba sus corazones! 

Él deseaba actuar de la misma manera. No quería herir a esa joven, quería poder anunciarle un Amor más grande… pero él no era Domingo. Al sentir las manos de la chica acariciando su piel, simplemente se boqueó. Se quedó mudo, quieto como una estatua. Ella, divertida por la reacción del joven, se acercó todavía más. El “Chico” apartó el rostro para evitar que le besara, pero la joven, sin intimidarse, se abrazó a su pecho y le besó el cuello. El corazón comenzó a latirle a toda prisa mientras se le entrecortaba la respiración. 

La joven se percató de todo. Sabía que la partida estaba ya ganada. 

-Vamos… -le animó descaradamente- Vos lo deseáis más aún que yo… 

Y el “Chico” fue consciente de que la joven decía la verdad. La deseaba… ¡¡Ahí estaba la clave!! ¡¡El deseo!! Podía desearla, sí, ¡pero su deseo más profundo no era ese! Su auténtico deseo era amar a Jesucristo con todo su ser. 

Entonces tuvo una idea.

Sin pensarlo dos veces, se liberó resueltamente de los brazos de la mujer… y se lanzó a las ascuas encendidas de la chimenea. 

Quien entonces corrió a aporrear la puerta fue la chica. Y, en cuanto la señora abrió, ¡¡salió despavorida, huyendo a galope tendido y dando voces!! Los cátaros, que ya estaban celebrando su victoria, se encontraron con una prostituta saliendo en estampida y con un jovencito lleno de quemaduras… y con la más radiante de las sonrisas. 


PARA ORAR
-¿Sabías que… el amor se forja en la decisión? 
Todos sabemos que es muy bonito sentir que las emociones nos acompañan, pero la característica de las emociones es, precisamente, que son variables. Nuestros sentimientos pueden cambiar rápidamente, y muchas veces sin avisar o pedir permiso. Por eso, un amor basado en el sentimiento es un amor con muchas papeletas para fracasar. 

No es lo mismo decir “vamos a ver si funciona” que decir “vamos a hacer que funcione”. El centro de nuestro deseo, la firmeza de nuestra palabra, la encontramos en la voluntad. En la decisión de seguir amando pase lo que pase. 

Y esto es precisamente lo que Cristo nos ha demostrado con su Cruz. En ella está gritando que su amor por ti es más fuerte que tu pecado, que su amor por ti llega hasta el punto de entregar la vida antes que abandonarte. 

El amor no es solo decir “te quiero”. Es acompañar esas palabras con un susurro que sabe a promesa sagrada: “siempre”… Ese es un amor que nada ni nadie podrá cambiar. Ese es el amor que Cristo tiene por ti. 

Tal vez nuestras decisiones no incluyan lanzarnos a una hoguera encendida pero, ¿acaso no tenemos mil pequeñas oportunidades, mil pequeñas decisiones en que podemos responder al Señor con sus mismas palabras, con un “elijo amarte más que a mi vida”? 

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