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LA PUREZA ESTÁ EN EL INTERIOR

14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: « Oídme todos y entended.
15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.


16 Quien tenga oídos para oír, que oiga. »
17 Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola.
18 El les dijo: « ¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle,
19 pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado? » - así declaraba puros todos los alimentos -.
20 Y decía: « Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.
23 Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. » (Mc. 7, 14-23)

Cuando Dios creó al hombre, le puso en lo interior “su imagen y semejanza”, con las que puede pensar y desear a través de su inteligencia y voluntad. El hombre es “un pequeño dios”, con tal de que sea fiel a lo que Dios quiso de él al formarlo: Pensar con la mente de Dios y hacer las obras de Dios. Le dio la libertad con la que no puede sino elegir el bien. Pero ante varios bienes puede optar por uno u otro… Todo esto fue ordenado así por Dios, pero para que esto llegue a su culminación, Dios necesita de la colaboración del hombre…

Si en la historia humana no se hubiera introducido “algo”, bien extraño, para que esto no pueda llegar a su culminación, los pensamientos y el obrar del hombre habrían sido perfectos, como perfecto es Nuestro Padre Dios. Pero la experiencia nos enseña que así no estamos ahora…

Jesús, en este Evangelio, nos habla de las cosas impuras que salen del corazón humano. Y enumera una lista exhaustiva de pecados que, como pez, se le adhieren al hombre en su corazón… Y el primero y único es la impureza en pensamientos, palabras y obras que llegan a ensuciar hasta nuestro cuerpo… Son las “obras de la carne”, que dice San Pablo o las obras de “el hombre viejo” que no se ha renovado a la medida del Don de Cristo…

De esta “suciedad” ha venido a rescatarnos Jesús, regalándonos “un corazón nuevo” que no sepa ya sino de Amor, entrega, bondad, dulzura y todas las cosas buenas que Dios puso en nuestras manos y que perdimos ante la perspectiva de un bien comprado a bajo precio e inmediato… El bien que ofrece Dios y el que ofrece el Maligno es el mismo: la felicidad. Pero así como el primero nos lo regala con nuestra colaboración, acogiendo y luchando contra el que me la quiere arrebatar: Satanás… Este nos dice que también nos la da gratis, pero con tal que le vendamos nuestra libertad y nos hagamos sus siervos: todos luchando para implantar por doquier en el mundo el mal y el pecado…

¿Por qué caemos en esta seducción y engaño?: ¡Porque deseamos ser Dios y no tener que depender de Él en nuestra condición de eternas creaturas!…

¡Entremos sin miedo y con sorpresa por el camino de la pureza, la humildad y la sencillez!… ¡Aceptemos que sí somos criaturas dependientes del Creador, pero sobre todo, hechas por Amor y con Amor!…

¡Él no busca esclavos sino hijos agradecidos y que quieran ser felices en su Bienaventuranza, con la misma Gloria que Él tiene en el Cielo, envuelto todo en el Amor! …

¡Seamos buenos e inteligentes y huyamos de las tinieblas, en cualquier forma que se nos presenten!…

!Él es Luz y todos somos hijos de la Luz e hijos del Día!…

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