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LA PAZ OS DEJO, MI PAZ OS DOY

27 Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.
28 Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros." Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
29 Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
30 Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder;
31 pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos. Vámonos de aquí.» (Jn. 14, 27-31)

LA PAZ”, una palabra sagrada que todos desean, pero que nadie puede dar porque ésta no es un don natural sino sobrenatural. La paz de la que habla Jesús no es “la tranquilidad en el orden”, como la definen algunos. Esta es una paz humana y por tanto efímera.

“La paz os dejo, mi paz os doy”, dice Jesús. San Pablo en su carta a los Efesios dice: “Él es nuestra paz, porque Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, derribando el muro que los separaba: el odio…. Él hizo las paces en su propio cuerpo, mediante la cruz”

Luego, la paz de Dios nos ha venido por la sangre de Cristo derramada en la cruz. Dios es Amor, pero el hombre no lo es, él es enemistad y sólo Jesús pudo romper este muro que habíamos levantado contra Él y unos contra otros. Ahora, si habitamos en Cristo, con sus mismos sentimientos y su mismo amor, vivimos en la paz, estamos en paz con Dios, con nosotros mismos y entre nosotros. Por otra parte, la ausencia de Jesús no nos ha de angustiar y llenar de miedo, porque Él está ya habitando con nosotros, en espera muy confiada de su segunda venida en gloria. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de este mundo”.

Sus promesas son Palabra de Dios y siempre se cumplen. Así, Él ha de venir y nos llevará consigo al Reino de su Padre y nos invita a estar alegres, porque su ida al Padre no sólo es goce de la gloria de Dios, sino también intercesión poderosa ante el Padre a favor nuestro. Esta espera a lo que no vemos, es segura garantía de posesión de lo que nos espera. Y esto, por la autoridad de quien ha hecho la promesa, por el término al que nos encaminamos: el Padre, y por los bienes que se nos prometen: la vida eterna.

Además, también hay una bienaventuranza para los que trabajan por la paz. Dice Jesús que “ellos serán llamados hijos de Dios”, y lo son. Son aquellos que intervienen donde hay conflicto y desunión. Y no para juzgar, sino para salvar a ambas partes y poniéndose en medio para recibir, como Jesús, en su cuerpo y en su alma la enemistad y la división para que estos queden ahogados en su ser y así ser de verdad “un hijo de Dios”. No el Hijo, pues sólo Él es el reconciliador de todos los hombres, sino un hijo en el Hijo, por el exacto seguimiento de Cristo nuestro Señor, a quien sea la alabanza y el poder y la aclamación por lo siglos de los siglos. Amén.

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