LA MANSEDUMBRE DEL MESIAS PREDICHA POR EL PROFETA.

14 Pero los fariseos, en cuanto salieron, se confabularon contra él para ver cómo eliminarle.

15 Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos.
16 Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran;
17 para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías:
18 He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones.
19 No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz.
20 La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio:
21 en su nombre pondrán las naciones su esperanza. (Mt. 12, 14-21)

Jesús amó la vida, no fue un suicida que marchó hacia la muerte como a una carrera triunfal. Los fariseos planean el modo de acabar con Él, y al enterarse Jesús, se marchó de allí y pidió a los que curaba que no lo delataran.

Jesús, en Getsemaní, pidió al Padre que alejara de Él este cáliz del sufrimiento y la muerte violenta. Pero inmediatamente añadió: “Si para esto he venido, Padre, hágase tu voluntad”.

Jesús se siente acosado por su amado pueblo, sobre todo por sus dirigentes y guías. Pero Él, ante este acoso, no reacciona con violencia o astucia, sigue siendo “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, como anunció Juan el Bautista.

El Señor es manso y humilde porque está ungido por el Espíritu de Dios que es todo dulzura, suavidad y bondad. Y este Espíritu es el que le empuja a seguir curando y perdonando los pecados de los que se sienten abrumados por sus culpas. Si encuentra una vida rota, se acerca para restaurarla y si es una vela que se apaga, le da vigor para que luzca y alumbre su corazón y los de sus hermanos. Todo lo “estropeado” por la vida, lo restaura y vuelve a darle su brillo primitivo de criatura de Dios, de hijo de Dios.

Jesús, nunca apareció entre los hombres como un charlatán, que cuanto más gritan, piensan que mejor convencerán de lo bueno que ofrecen. Él no gritó por las plazas, ni porfió para llevar el agua a su molino, y eso que era Dios y sabía que lo que ofrecía al hombre, el Reino de Dios, era lo mejor para él.

Jesús supo esperar a que lo sembrado por su Palabra, diera fruto en el tiempo de Dios. Y el Padre le hizo fecundo para que llevara el derecho y su Amor a todas las naciones. Para eso era “el Amado, el Predilecto, el Elegido”, el Único ante el Padre. Y por Él y en Él, para todos los hombres. Él fue fecundo en la paciencia.

¡Señor, danos escuchar con corazón limpio a Jesús, el Amado!.

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