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ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALEN.

 1 Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos,

 

2 diciéndoles: « Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo.
3 Y si alguien os dice: "¿Por qué hacéis eso?", decid: "El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida". »
4 Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron.
5 Algunos de los que estaban allí les dijeron: « ¿Qué hacéis desatando el pollino? »
6 Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron.
7 Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él.
8 Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos.
9 Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: « ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
10 ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas! » (Mc. 11, 1-10)

Jesús está llegando al final de sus días. Hace escapadas de Jerusalén a Betania y en el monte de los Olivos, donde pasa las noches.
Se sabía que Jesús había resucitado a Lázaro de Betania y muchos judíos querían ver a Jesús y también a Lázaro. Con este entusiasmo, de los que vienen a la fiesta de la Pascua, quiere Jesús cumplir la profecía de Zacarías 9, 9 que dice: “he aquí que viene tu rey, montado sobre pollino de asna”.

Jesús, manda así a dos de sus discípulos a la aldea de enfrente, junto al monte de los Olivos, y que le desaten el pollino y se lo traigan para montarlo en su entrada triunfal a Jerusalén.

Una gran multitud hierve de entusiasmo y agitan sus ramos y extienden sus mantos gritando: “¡Hosanna, salve, viva, al Hijo de David!”. Jesús se deja hacer por el pueblo y los niños que le aclaman.

Pero su interior está sobrecogido y no precisamente del halago y la alegría. Todo esto aproxima “su hora”. Y estos mismos que hoy le veneran, en pocos días gritaran: “¡Fuera, crucifícale!”… Los fariseos, que siguen a la comitiva, no están entusiasmados, sino indignados por estos vivas y alabanzas, y así se lo dicen a Jesús: “mándales callar”. Y Jesús los defiende con una frase veraz y lapidaria: “si ellos callaran, gritarían las piedras”.

Las criaturas mudas y los simples, saben más de la venida del Reino de Dios en Jesús que los maestros de la Ley y los sacerdotes. Porque estos “guías ciegos” le conducirán a Él a la Pasión y a la muerte, porque no conocieron el día de la visita de Dios en su Hijo Único. En cambio, sus discípulos y los sencillos acabarán siendo sabios porque acogerán el Evangelio, creyendo en Jesús.

¡Señor, que seamos niños y sin doblez, alabándote desde lo más hondo de nuestro ser, porque Tú en verdad eres nuestro Rey y Señor, a quién debemos honor y gloria y una inmensa gratitud!... ¡Que vivamos en nosotros tu Pasión y Muerte con el corazón abierto para que nos lleguen y conviertan tus inauditos misterios!...

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