NO RECONOCEMOS A JESÚS Y ÉL LLORA

41 Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, 

42 diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. 

43 Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, 

44 y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.» (Lc. 19, 41-44)

 

Pocas veces nos sorprende el Evangelio en el que “Jesús llora”. Y, el llanto de Jesús es humano y divino. Humano, porque sus lágrimas son provocadas por un dolor profundísimo que ningún ser humano ha podido experimentar. Todas las fibras del ser de Jesús eran inmensamente sensibles porque, al no tener pecado, todo lo que es humano, siendo bueno, incide en la Persona de Jesús y le hacen llorar, o alegrarse en el Señor, o compadecerse con todo su Corazón. ¿Quién podrá llegar a estos abismos purísimos del Amor de todo Dios hecho Hombre? Nosotros, en la oración, balbucimos: “¡el Amor no es amado!”, pero percibimos una mínima parte de esta verdad. Y nos puede hacer llorar. Y nuestras lágrimas, unidas a las de Cristo, pueden tener un valor de vida eterna.

Y el llanto de Jesús, es también totalmente divino. Dios le dio a Jesús unos ojos para poder llorar. Para que pudiera expresar en su vida los celos de Dios por salvar al hombre. Y, el más santo, es quien mejor percibe esto. Jesús es “el Santo de Dios” y, no hay nadie, ni nada más santo que Él. Jesús es el “Tres veces Santo”. Misterio éste dado a nuestra oración para que lo adoremos y nos gocemos en Él. 

Jesús contempla la imponente ciudad de Jerusalén, “el encanto de los ojos” de todo israelita. Y la contempla fuera del tiempo; y la ve arrasada y destruida, porque no quisieron convertirse ante la oferta de Dios en Jesús: “no reconoció el tiempo de su visita”. Dios salía al encuentro de su Pueblo, en Jesús de Nazaret, para completar, por Él, su designio de salvación y predilección. Y este Pueblo, escogido entre todos los pueblos,no reconoció, por su pecado de infidelidad obstinada, a Dios que venía a redimirles del pecado y de la muerte. Porque, éstos, son la mayor esclavitud que el hombre tiene. Pero, Israel, como “esposa infiel",marchó tras otros dioses. Denuncia constante en boca de todos los Profetas, para provocar a su Pueblo a la conversión. Pero ellos maltrataron a los enviados de Dios y a algunos, hasta los hicieron morir a sus manos... 

Y, ante estos desastres, Dios llora en Jesús. Llora fuera del tiempo, por los pecados de todos los tiempos ¡que, son muchos! Miramos aquí y allá y vemos la rebeldía en el hombre al buscar sus propios intereses y no los de Dios, los de Jesucristo. Cada uno, parece buscar su propio bienestar a costa de la Gloria de Dios. Parece como que, Dios se ha escondido ante este mundo nuestro, con tantas calamidades… ¡Pero no, la Palabra de Dios es veraz y nos dice: “tu Guardián no duerme, ¡no duerme ni reposa el Guardián de Israel”.!El Dios que es Jesucristo, está escondido para los que cubren sus ojos y sus oídos para no ver ni oír y así no convertirse. Pero, sabemos que entre nosotros hay “un resto” de buenos, de santos que buscan en su vida el Rostro de Dios y que no descansan hasta sentir que Él nos acompaña de noche y día con su Presencia viva.En la Eucaristía, los hombres de fe se alimentan de su Presencia real que los acompaña: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos”. “¿Crees esto?” “¡Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Hijo de Dios, que ha venido a nuestro mundo a redimirnos!”

¡Seamos hombres y mujeres de una fe en nuestro Dios que nos ama! ¡Esta confesión nos la pide Dios ante tantos que no creen! ¡En sus manos y con la fuerza del Espíritu Santo, seremos fieles, por la gracia de Dios!¡Oremos y oremos! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

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