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ALABAMOS A DIOS Y LE PEDIMOS ORANDO

7 « Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. 

8 Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al llama, se le abrirá. 

9 ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; 

10 o si le pide un pez, le dé una culebra? 

11 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! (Mt. 7, 7-11)

 

Jesús, nos está hablando de realidades que están en el cielo y en el cielo de nuestra tierra. Porque aquí,cuando uno pide a un extraño un trozo de pan, recibirá, no un pan de amor, sino un rechazo o quizás la indiferencia; Y cuando busca entre sus amigos y conocidos, colmar su necesidad, no la encuentra en ellos porque están entretenidos en sus cosas; O cuando llamamos a la puerta de la compasión del hermano,muchas, muchas veces, no se nos abre y quedamos desencantados. Y la razón de esto, la da Jesús: “vosotros sois malos”, “porque toda bondad y amor, viene de arriba, del Padre de las Luces”.

¡Pero qué distinto es si el que me pide, me llama o me busca, es mi hijo, uno al que he dado la vida y ha salido de mis entrañas! Entonces, aún no siendo yo bueno, le concedo, ¡y con creces!, todo aquello que me está reclamando. He aquí que, la paternidad, me hace ser bueno, aunque no siempre sea así.

Pero, en Dios, las cosas son muy diferentes, aunque Jesús nos ha puesto el ejemplo de la bondad de un padre para con su hijo. Dios, es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo y nosotros somos “hijos de Dios” en el Hijo.Él, nos ha conferido esta gracia y privilegio, por puro don de su liberalidad, “para gloria de Dios- Padre”.

Jesús, es Hijo en el verdadero sentido de la palabra, porque es engendrado por el Padre desde toda la eternidad. Es decir que, Jesús, es el Hijo de Dios, eternamente. Y todo esto, lo sabemos porque Jesús, el Hijo, nos lo ha revelado. Por mucho que pensáramos o imagináramos nunca podríamos haber llegado a saber estos Misterios que son eternos: ¿Quién conoció la mente del Señor? o ¿Quién fue su consejero? O ¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Porque de Él, por Él y para Él, son todas las cosas. AÉl, la gloria eternamente” (Rom. 11, 34-36).

Pues esta filiación, como hijos adoptivos, nos hace gritar: “¡Abba, Padre!”, por el poder de su Espíritu Santo en nosotros. Y siendo esto así, ¿cómo no nos va a dar todo lo que le pidamos en el Nombre de Jesús? Y lo más grande que podemos pedir, es el Espíritu Santo, según dice San Lucas en su pasaje paralelo, con éste de San Mateo. Pedir el Espíritu Santo, es pedir el Amor personal de Dios. Es el Don mesiánico que, Jesús, nos ha regalado con su Resurrección. Pues, cuando expiró su vida en la tierra, dice el Evangelio: “Y entregó el Espíritu”. Y en la última aparición de Jesús después de resucitar, les mandó que esperaran “la promesa del Padre”, el Espíritu de la Verdad que, procede del Padre y del Hijo. “Porque, nosotros, no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu Santo intercede por nosotros, con gemidos inefables”, para que nuestra vida esté, ya en la tierra, inmersa en la voluntad de Dios y en su designio de amor hacia nosotros.

¡Pidamos, pidamos con absoluta confianza y amor en nuestras peticiones que, si éstas están envueltas en el Espíritu Santo, son según Dios! ¡Amén! ¡Amen!

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