MARÍA, GUARDABA ESTAS COSAS Y LAS MEDITABA

16 Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño;
18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
21 Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno. (Lc. 2, 16-21)

“Todos se admiraban de lo que contaron los pastores". La admiración surge al oír y ver cosas extraordinarias. Pero este sentimiento es un sentimiento natural que no toca el corazón a la fe. Es sólo el umbral para la misma, pero la adhesión a Dios ante lo extraordinario, no la puede provocar el hombre, sino que le tiene que ser dado por Dios. Por supuesto, ha de encontrar un corazón abierto que pueda recibir este “sacramento”: de las cosas visibles, se pasa a entrar en el mundo de Dios, que es invisible...

Pero María no hizo este “camino” para que su fe creciera en la presencia de Dios en su Hijo, que era Hijo de Dios primero... Ella “conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ella, por una gracia muy excelsa, tenía una fe muy subida y probada... ¡Para algo era la Madre de Dios! Su camino de fe creció a la medida de su acogida y su amor a Jesús, “Dios con nosotros”... Y este “guardar en su corazón” es nada menos que, la inhabitación de Dios Trinidad en su alma... ¡Los Tres se paseaban y deleitaban en el alma de María, como en su mejor Templo!... ¿Qué sabemos nosotros para dar razón de estas “citas” entre el Amado y la Amada?... Esto, sabemos que es así por la Revelación de la Palabra de Dios, que ha querido, en momentos, levantar el velo de la divinidad y hacernos contemplar sus destellos... ¡No a la Luz, porque para verla hay que morir y pasar a un estado de unión con Dios! ¡Pero la gracia que recibimos en el Bautismo y que nos hizo hijos de Dios, es una gracia que ilumina nuestra fe! “A cada uno según la medida del don de Cristo”. Pero aún, el que menos recibió, en Jesús, siempre es un Don inmenso que, ni merecemos, ni podemos imaginar... María es la Santísima Virgen, que después de Dios no hay otra criatura más excelsa. Y desde este Corazón sublime, sólo Ella nos puede enseñar a “guardar y meditar en nuestro corazón los tesoros de Jesús”...

“¡María, enséñanos a orar, queremos entrar en tu escuela y aprender de Ti!”... Porque esta oración y alabanza a Dios, dista años luz de lo que hicieron los pastores: “se volvieron dando gloria y alabanza a Dios, por todo lo que habían visto y oído”... Ellos fueron dóciles a la gracia de Dios, pero María es Madre de la Gracia y en este Don, nos tiene que decir muchas cosas más, y nosotros recibir de Ella, muy agradecidos, todo lo que en su ternura de Madre nos quiera enseñar... “Serán todos discípulos del Señor”... ¡Y de María!, pues ¿qué sabe y ama Jesús, que no comunique, con ternura, a su propia Madre?... !Pero también lo es nuestra!...
¡Hágase Señor en nosotros tu Santa Voluntad, que es Amor! ¡Amén, Amén!...

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