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LLEGÓ LA PALABRA DE DIOS SOBRE JUAN

1 En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene;
2 en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados,
4 como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas;
5 todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos.
6 Y todos verán la salvación de Dios. (Lc. 3, 1-6)

Dios escoge el desierto para hacer oír su Palabra. No es normalmente en el bullicio de las ciudades y en corazones llenos de preocupaciones y ocupaciones materiales donde Él se deja oír. Porque el corazón, previo a la revelación de la voluntad de Dios, necesita el clima del silencio, del espacio libre de cosas y personas que ahogarían la Palabra... ¿No hemos experimentado muchas veces que al entrar en una estancia vacía de mobiliario y de gente, al emitir una voz resuena con un eco repetido, como si allí no existiera nada más que esa palabra llenando todo ese espacio?: Pues así recibió Juan Bautista al Verbo de Dios para “que le preparara un camino al Señor”... Él fue fiel a este requerimiento de su Dios, por eso pudo oír que “tenía que gritar en el desierto un bautismo de conversión”, porque Dios quería ofrecer a los hombres la salvación por medio de su predicación...

Y Juan bautizaba y bautizaba, sin cansarse, a todos los que acudían a él. Y a cada uno, con gran sabiduría, le decía su programa de vida con una vuelta a los Mandamientos de Dios y a la novedad en su Palabra, ¡muy viva en Juan!… ¡Era su testimonio de vida lo que hacía veraz su predicación! Y según hablaba, su voz iba manifestando a la verdadera Palabra, de la que él era tan sólo un eco, un enviado para llamar la atención de todos a preparar su corazón para la conversión. ¡Y es que, éste que anunciaba, ya estaba entre ellos y Juan lo señalaría con el dedo ¡cuando Dios determinara que era llegada la hora!... Así se entiende que todo el pueblo estuviera en expectación: ¿Cuándo?, ¿Dónde?, ¿Cómo? ...

Y Juan Bautista seguía mostrando que lo importante era la conversión del corazón: ¡Que lo altivo y orgulloso sea humilde por gracia de Dios!... ¡Que lo deprimido y triste se eleve, arrastrado por esta mística gracia!... ¡Que lo áspero y torcido en el alma se haga suave como la carne de un niño!... ¡He aquí la sustancia de la conversión!... Y si el hombre persevera en estas actitudes, con una espera confiada y expectante, “todos verán la salvación de Dios”...

¿Quién dijo que Juan Bautista era un hombre airado y adusto, que gritaba a voz en cuello para ser oído?... ¡No, Juan nos trae en su voz, al humilde Cordero que, ¡con su mansedumbre y amor nos va a llevar a gozar de Dios Nuestro Padre!...

¡Escuchemos con fervor y deseo de cambiar, lo que a Dios no le agrada de mí!... ¡Y oigamos con oídos atentos, en qué recodo de mi corazón habita Dios, para abrirle en cuanto llame y dejarle entrar en mí!...

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