HOY VIVE DE CRISTO POR MEDIO DEL SALMO RESPONSORIAL

SALMO RESPONSORIAL

Día 26 de febrero, domingo VIII del Tiempo Ordinario, ciclo A
Salmo 61, 2-3, 6-9

Descansa sólo en Dios, alma mía

Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación;
Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.
Descansa en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza;
Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré.
De Dios viene mi salvación y mi gloria; Él es mi roca firme. Dios es mi refugio.
Pueblo suyo, confiad en El, desahogad ante El vuestro corazón.

Después de la primera lectura, en la que Sión nos representa, el profeta responde a nuestras dudas: “Dios se ha olvidado de mí”, como eco de los desterrados en Babilonia. El profeta alienta tiernamente al pueblo recordándole el amor de Dios, que hace que se renueve la confianza.

Entonces cantamos con el salmista: “Descansa sólo en Dios alma mía”, un salmo que tiene parte de teoría y parte de experiencia, parte de súplica orante y enseñanza. Es un elogio a la paz serena que da refugiarse en Dios. Tiene tendencia a lo didáctico, pero con un lenguaje cercano y emotivo; y viene el mensaje en medio de la aflicción y la persecución; por eso tiene más fuerza.

Es un salmo de confianza individual que está estructurado en tres partes: la primera, declaración de la confianza del autor en Dios e imprecación contra los enemigos; la segunda, invitando a la confianza del pueblo, y por fin la tercera, un oráculo conclusivo.

El autor ha experimentado que aun en medio de peligros se puede hallar reposo; el reposo de quien sabe ver a Dios a través de la penumbra de la existencia cotidiana, y sólo en El busca su refugio y amparo. Ha descubierto la paz y la disfruta, y hasta le rebosa para compartirla.

Comienza afirmando que sólo en Dios descansa su alma; es como una tesis que va a desarrollar y que incluso, para dar más fuerza a la expresión, la repite en mitad del salmo, después de nombrar a los enemigos que buscan derribarlo; al repetirlo, vuelve al tono de confianza y enseñanza de todo el salmo, que al usar reiterativamente el adverbio “sólo” refuerza sus afirmaciones y da énfasis al estilo; lo mismo sucede con el uso reiterativo del posesivo, añadiendo un tono de familiaridad y exclusividad.

El salmista, repasando los atributos divinos de protección, favores y promesas, confía en Dios y excluye poner la ilusión en otras fuerzas. El final del salmo tiene marcado matiz sapiencial. Asegura la retribución personal del justo, en la que confía, pero a la vez la suplica. Aquí se dirige personalmente a Dios. Aunque en la Eucaristía de hoy, el salmo termina en la mitad, en la parte exhortativa; lo cual es muy oportuno por ser respuesta a esa primera lectura en la que el pueblo, representado en Sión, se lamenta del olvido de Dios.

Aunque nos rodeen reveses, San Pablo, en la segunda lectura nos anima. El Señor tiene un juicio, ciertamente, personal para cada uno, pero es un juicio iluminador: “cada uno recibirá de Dios lo que merece, según sus obras”. Y lo que merecemos, no tenemos que olvidarlo, es la salvación de Cristo, porque El así lo ha querido. Por tanto no os agobiéis, tenemos un Padre que vela por nosotros, para que nosotros busquemos el reino de Dios, dentro de nosotros y su justicia, que es el Amor.

Jesús nos enseña a dar valor a lo que somos, frente a nuestro empeño por la imagen. Por ejemplo, cuántos desvelos, berrinches, etc, nos han creado a veces o nos crean, elegir una ropa para tal acontecimiento. ¡¡¡Valemos más que toda la ropa del mundo!!! “No podéis servir a Dios y al dinero”, a las cosas, a la imagen; el salmista nos hace repetir: “sólo en Dios descansa mi alma”. Que así sea.

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