SALMO RESPONSORIAL

Día 15de enero, domingo II del Tiempo Ordinario, ciclo A

Salmo 392.4ab. 7-8ª. 8b-9.10

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Yo esperaba con ansia al Señor: Él se inclinó y escuchó mi grito;

Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.

Tu no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio me abriste el oído;

No pides sacrificio expiatorio; entonces yo digo: “Aquí estoy”.

Como está escrito en mi libro: “Para hacer tu voluntad”.

Dios mío lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.

He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; 

no he cerrado los labios: Señor, Tú lo sabes.

El salmo responsorial de este domingo está comentado en el domingo XX del TO ciclo C. Sin embargo como es muy largo no coincide más que un versículo, el 4. Estos versos del salmo 39 son la respuesta que propone la Iglesia para esta primera lectura que hemos escuchado de la profecía de Isaías, uno de los poemas del Siervo. No se sabe muy bien, dada la época que se escribió, si el siervo es el profeta, el Pueblo de Israel a quien se le aplica, o como después se iluminará, Jesús, el Mesías esperado. En todo caso desde el seno materno Dios está con él: “Tu eres mi siervo…” el que reunirá a los dispersos de Israel y convertirá a los supervivientes del pueblo. Restablecerá al pueblo, pero además será luz de todas las naciones (extranjeras); por tanto una nueva misión, y con el salmo, respondemos: “Aquí estoy”, estoy de acuerdo, quiero hacer tu voluntad. 

Este es un salmo compuesto, podíamos decir, de dos salmos independientes, pero un versículo central los reunifica haciendo un todo. Los primeros versículos (2-11) son un canto de alabanza individual por la fidelidad  de Dios liberador y sus continuos favores. El autor del salmo, primero expresa la confianza por todo lo ya recibido, de una manera general sin nombrar hechos o actuaciones concretas, y lleva con este recurso didáctico a la siguiente parte (12-18) que es una súplica apremiante para ser liberado de los males que lo acosan; se suceden las quejas, la petición y las expresiones de confianza. Los males se identifican con las culpas, por lo que el desahogo y la confesión son el comienzo del alivio.

Dos enseñanzas muy útiles para todos nosotros: Desahogarse con el Señor en la oración, con un hermano… y confesar, asumir, la parte de responsabilidad que tenemos en los males personales  y universales.

Los salmos de petición o súplica suelen empezar con una introducción hímnica de alabanza, que busca preparar o predisponer el ánimo divino a favor del orante. Algo así como hacen los niños camelando a sus padres para conseguir lo que les pedirán. En este caso en lugar de un versículo o dos, son tantos, que componen un salmo por sí mismo, pero unido a la súplica posterior.

Este domingo sólo cantaremos versos de la parte de alabanza: “Yo esperaba con ansia al Señor…  y él se inclinó y escuchó. Motivo más que suficiente para alabar su bondad; pero ni siquiera tenemos que pensar palabras porque “Él pone un cántico nuevo en nosotros”, basta con que lo deseemos y desde el corazón digamos nuestro: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad” y dar testimonio de lo que El hace en nosotros.

En la 2ª lectura, San Pablo al comienzo de la carta se abre a incluir entre los destinatarios de la misma a todos los que invocan al Señor, para todos ellos se ofrece la paz y la gracia, que es lo mismo que ofrecer la acción salvífica de Dios en Jesucristo. Ésta es para todos los que se abren a El invocándole. También Juan, como vemos en el Evangelio, ha vivido el Salmo; esperaba con ansias al Mesías, no le conocía, pero tuvo una experiencia personal, una revelación de Dios y vio al Espíritu Santo que no se nos es dado ver a todos, que le indicó quién era el Cordero de Dios y su misión: quitar el pecado del mundo. El Espíritu Santo que Juan vio descender sobre Jesús en su bautismo es el mismo que hemos recibido en nuestro bautizo y en la confirmación. Es el que en la Misa viene a transformar los dones de pan y vino en verdadero Cuerpo y Sangre de Jesús. Recibimos el mismo Espíritu de Jesús aquí radica nuestra comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es mayor motivo que los que tenía el salmista para abrirnos a la acción del Espíritu Santo y que ponga en nuestro corazón “un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios”.

Juan supo que Jesús era el Cordero de Dios, el Mesías, porque quien le envió le dio la señal de reconocerlo. Hemos de abrirnos a recibir el don de reconocer a Cristo con las señales que Dios quiere darnos.

Os deseo un año lleno de la bendición del Señor: cada día con Cristo es mejor que el anterior. Feliz día del Señor.
 
 

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