MONASTERIO DE...¿SAN BLAS?

Muchas son las personas que nos interrogan acerca del titular de nuestro monasterio extrañadas de que siendo Dominicas sea San Blas nuestro patrono.

Según los datos que tenemos en nuestro archivo, basados principalmente en la tradición oral mantenida desde tiempos remotos y los que hemos podido aportar con alguna investigación hecha, podemos determinar que nuestro patrono no es el famoso San Blas de Sebaste, sino un Santo español de los primeros siglos, obispo y mártir. Vamos a hablar un poco de él, de la devoción que se le profesa tanto en su tierra de martirio como aquí, en la comarca lermeña, y de los orígenes de nuestra comunidad.

No todos los historiadores aceptan la evangelización de España en el siglo primero por el apóstol Santiago, por San Pablo o por algunos varones apostólicos, pero todos admiten que hubo de ser en los primeros siglos de la era cristiana. Tertuliano en el siglo II considera extendida la fe en toda la península. A nosotras nos ha llegado la tradición de que nuestro San Blas fue martirizado en la persecución de Nerón, la primera decretada contra los cristianos que alcanzó nuestra patria por los años 67-77.

El primer intento de recopilar las vidas de los santos lo llevaron a cabo los Bollandistas o Bolandos, en el siglo XV, un grupo de jesuitas que siguiendo la iniciativa de Juan Bolland S.J. del convento de Amberes, Holanda, que a su vez plasmaba el plan del P. Heriberto Rosweyol, consiguieron la publicación de algunos meses del año de la colección de “Actas Sanctorum”. Era de tal magnitud el intento que no consiguieron terminarlo; en el año 1.645 editaron los meses de enero y febrero; en el mes de febrero día tres consta junto con el famoso San Blas de Sebaste, Armenia, la existencia de otro santo con el mismo nombre, también obispo y martirizado en época anterior al año 316, fecha de la muerte del de Sebaste que es el más popular.

Cuando nombran a San Blas lo hacen usando este significativo título: “DE S. BLASIO, EPISCOPO ORETANO, MARTYRE, CENTUMFONTIBUS IN HISPANIA”. Contiene variada documentación y sitúa el lugar de Cifuentes donde fue martirizado el santo obispo que con el paso del tiempo albergó una población, condado de los Silva, pero que en esa época del martirio no era más que descampado. También trata de la ciudad de Oreto como obispado en época visigótica y hasta la invasión de los moros que la destruyeron conservó su importancia pues en los concilios toledanos estuvieron presentes varios obispos oretanos y nombran, los bolandos, las fuentes de donde recogen que el primer obispo oretano fue San Blas martirizado durante la persecución de Nerón y que había sido instituido obispo por San Anastasio. También aparece, nuestro San Blas, en el Martirologio Hispánico.

Así mismo recoge la existencia de este San Blas español el famoso “Flos Sanctorum” (libro que contiene la vida de los santos en el orden en que la Iglesia los celebra) en estos términos:

“En la villa de Cifuentes, en lo postrero del reino de Toledo, en un monasterio de monjas de Santo Domingo está un sepulcro de alabastro (desaparecido) y en él el cuerpo de San Blas”.

Y sigue explicando cómo ha debido darse una transposición o confusión de personas siendo en realidad dos santos con el nombre de Blas diferentes uno el de Sebaste y otro el de España, el nuestro, cuya principal fuerza de persuasión de su existencia es la devoción desde tiempos inmemoriales en torno a su sepulcro y reliquias y, como reza en el acta de fundación de nuestro monasterio, “por los múltiples milagros que a sus devotos y por su mediación hace Nuestro Señor Dios”. Y así se edificó una ermita a pocos metros de Cifuentes, lugar del martirio, donde se veneraban las reliquias del santo y donde nunca faltaron beatas, según la tradición oral transmitida de generación en generación, que se encargaron de cuidar la ermita y las reliquias, y de mantener culto, incluso se cree que en alguna época hubo cenobio de mujeres con vida eremítica.

El historiador Ludwig Hertling en su “historia de la Iglesia” apunta un principio de la arqueología según el cual “basta con demostrar la existencia de un temprano culto local, para poder dar por segura la existencia del sepulcro y con ella el hecho del martirio por deficientes que sean las posteriores leyendas sobre un mártir.” También apunta un camino además del lógico de aparecer en los escritos de la época para aceptar la existencia de un mártir: “Disponemos de un segundo camino para establecer la historicidad de un martirio, aun en los casos en que el nombre en cuestión no aparece en ningún escrito antiguo. En efecto, siempre que sea posible demostrar la antigüedad de un culto litúrgico, puede darse por segura la autenticidad de los mártires a que el culto se refiere. La razón de ello consiste en que, en la antigüedad, el culto de los mártires estaba íntimamente relacionado con su sepultura. Podía ocurrir que el sepulcro de un mártir cayera en el olvido, pero era muy difícil que posteriormente se inventara tal sepulcro.” Estos principios arqueológicos se cumplen en el caso de nuestro San Blas.

Era el infante D. Juan Manuel, señor de la villa de Cifuentes, y tenía gran devoción al obispo y mártir San Blas, y también a la Orden de Santo Domingo, por estos motivos deseó edificar un monasterio de Dueñas de la Orden de Santo Domingo de Guzmán, en la ermita de dicho santo, pidiendo licencias a los superiores eclesiásticos; posteriormente consiguió del Papa Clemente VI dos breves, uno aprobando dicha fundación y otro concediendo indulgencias a quien visitara el sepulcro del santo.

El día 21 de diciembre del año 1.344, con asistencia de D. Juan Manuel y autoridades de la diócesis y de la Orden de Predicadores, se puso y bendijo la primera piedra de dicho monasterio, siendo su primera priora Dª Elvira López de Tovar, que vino del monasterio de Santo Domingo de Caleruega. D. Juan Manuel hizo carta de dotación de bienes suficientes para el mantenimiento de las monjas dominicas: casas, viñas, heredades, molinos, etc. Y en la capilla mayor del monasterio en un rico sepulcro de alabastro, depositaron las reliquias del cuerpo de San Blas que se veneraba en la antigua ermita. El año 1.347 ya estaba habitado el convento.

Pero a principios del S. XVII las rentas habían disminuido considerablemente y las monjas dominicas del monasterio de San Blas en Cifuentes llegaron a una situación de gran precariedad económica, y en un edificio ya deteriorado y sin rentas, además el Concilio de Trento había determinado que los conventos de mujeres sitos en el campo debían trasladarse al interior de las poblaciones pero no se había cumplido esta determinación por respeto a la devoción que en esa zona se tenía a las reliquias de San Blas. Sin embargo en el año 1.612 el P. Provincial de la provincia de España interesó a D. Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma y poderoso valido del Rey Felipe III, como patrón que era de los frailes y monjas de Santo Domingo en Castilla, para que favoreciera y pusiera remedio a la lamentable situación en que se encontraba el monasterio de San Blas. Así pues el Duque, siempre dispuesto a favorecer si con ello recibía beneficios, propuso a las monjas su traslado a Lerma, donde él les edificaría convento, recabando para sí y sus sucesores el patronazgo de este nuevo monasterio, que seguiría conservando la advocación de San Blas.

El traslado desde Cifuentes a la Villa Ducal se verificó el año 1.612 portando las monjas una arqueta de oro con la cabeza del obispo S. Blas y alguna otra reliquia, pues debieron dejar también en Cifuentes parte de los huesos del santo como reliquias en su ermita, (donde se estableció un convento de dominicos de poca relevancia que desapareció con la tristemente célebre desamortización), pero tuvieron que vivir en casa prestada por el Duque hasta que estuvo terminado el suntuoso monasterio que les estaba edificando. Cuentan las crónicas que “por la grande afición que tenía el Duque al Oficio Divino, puso música en este convento, que sin hacer agravio a las demás capillas de mujeres músicas, es la más aventajada que ahora se conoce en España. Anduvo buscando las mejores voces que se hallaban en el reino y las traía luego a este convento y lo mismo de instrumentistas. Y así hay tañedoras de arpa, bajones, bajoncillos, cornetas, violones, violines y juego de chirimías, y un órgano muy fino y grande”.

De la rica herencia ducal casi todo lo material fue desvalijado por las tropas francesas de Napoleón a principios del siglo XIX. La comunidad ha procurado conservar y aumentar la herencia espiritual: por una parte la devoción a San Blas y por otra la armonía del canto de las alabanzas divinas.

Actualmente la devoción hacia nuestro San Blas sigue muy viva tanto en la zona originaria de la comunidad, Cifuentes, lugar del martirio, como en esta comarca del Arlanza donde cada 3 de febrero se congregan numerosos fieles que sin temer el intenso frío de nuestra iglesia en el crudo invierno castellano llenan el templo para recibir en las típicas roscas y trenzas de San Blas, o en algunos otros alimentos como caramelos, fruta, pastas la bendición y conservar durante el año alguna bendición por si vienen los catarros y otros males de garganta principalmente. Es verdad que algunos se acercarán solo por tradición pero muchos por la gran devoción que hacia el Santo y sus favores tienen y es un motivo por el cual se acercan a Dios dador de todo bien.

Los primeros en acudir a recibir la bendición son los niños de la escuela local, que a las 11 de la mañana, en la hora del recreo, llenan el templo conventual y escuchan atentos la explicación que les da el sacerdote acerca de S. Blas y su fiesta, rezan un Padrenuestro y reciben la bendición, algunos con la rosca ya en el estómago, pero da gusto verles mirar hacia la imagen del Santo, una talla de madera policromada del siglo XVII dotada por el Duque de Lerma cuyo medallón es un relicario que contiene parte de los huesos del cráneo, el resto del cráneo está en un relicario que se da a venerar a los fieles después de las celebraciones de este día. Luego salen más contentos que unas Pascuas por la novedad vivida. A las 12 suele ser la Misa Mayor, concelebrada por los sacerdotes de Lerma, el padre predicador (en algunas partes se reconoce el refrán “por San Blas al Padre Arias verás”) y algunos otros sacerdotes o dominicos amigos de la comunidad que vienen a acompañarnos en esta fiesta; cantada con toda solemnidad por la comunidad y que congrega gentes de Lerma y alrededores, a veces son tantos que no caben en nuestra amplia Iglesia y esperan pacientes en el atrio o en la plaza hasta que acabada la misma se da la bendición teniendo que salir el sacerdote reclamado por los fieles para que a todos alcance la bendición del santo. Al final se forma la larga fila, a veces parece interminable, de fieles que acuden a besar la reliquia del santo mientras tenemos que improvisar cantos para acompañarles a veces durante un cuarto de hora o más.

Por la tarde a las 5 tenemos el rezo del Santo Rosario que nuevamente congrega a numerosos fieles que desean recibir la bendición en sus comestibles que se imparte al final del mismo. Por supuesto que también las monjas sacamos nuestras cajas con los “ahorros” de caramelos para tener durante el año bendiciones de San Blas, que a veces nos pide la gente, y para colaborar en mantener a punto nuestras gargantas para cantar agradecidas en nombre de la Iglesia el oficio coral.

Un cordial saludo de vuestras hermanas dominicas de Lerma

 

Cita del libro deLudwig Hertling “Historia de la Iglesia”

Pg. 26 – La arqueología nos aporta una prueba que es independiente de esta convergencia de las fuentes históricas, y no menos convincente que ella. Es un principio de la arqueología que basta con demostrar la existencia de un temprano culto local, para poder dar por segura la existencia del sepulcro y con ella el hecho del martirio, por deficientes que sean las posteriores leyendas sobre un mártir.

Pg. 85 – Disponemos aún de un segundo camino para establecer la historicidad de un martirio, aun en los casos en que el nombre en cuestión no aparece en ningún escrito antiguo. En efecto, siempre que es posible demostrar la antigüedad de un culto litúrgico, puede darse por segura la autenticidad de los mártires a que el culto se refiere. La razón de ello consiste en que, en la antigüedad, el culto de los mártires estaba íntimamente relacionado con su sepultura. La arqueología nos suministra pruebas convincentes de que, dado el modo como eran tratados los sepulcros, la posibilidad de un error o de un engaño intencionado apenas merece tomarse en consideración. Podía, sí, ocurrir que el sepulcro de un mártir cayera en olvido, pero era muy difícil que posteriormente se inventara tal sepulcro. De este modo puede demostrarse, por ejemplo, la historicidad de casi todos los más conocidos mártires romanos, a pesar de que los escritores contemporáneos no nos facilitan noticia alguna sobre ellos.
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