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VUELTA DE LOS SETENTA Y DOS

17 Regresaron los 72 alegres, diciendo: « Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. »

18 El les dijo: « Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
19 Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño;
20 pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos. »
21 En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
22 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. »
23 Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!
24 Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. »
25 En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: « Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.
26 Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
28 « Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.
29 Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.
30 Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. » (Mt. 11, 17-30)

Los 72 discípulos que Jesús mandó de dos en dos a predicar y curar, vuelven a Él muy contentos. La fuerza y el poder del Maestro se han manifestado ante sus ojos sólo con hacer todo en el Nombre de Jesús. Pero lo que les tiene maravillados es que a su torpe, pero confiada palabra, los mismos demonios les obedecían. ¡Esto sí que era un verdadero milagro de Jesús en sus pobres personas! Y el Señor se alegra y les comparte cómo veía a Satanás caer a los abismos, sin poder oponerles resistencias. El que el hombre pueda derrotar a los espíritus malos, sólo puede ser obra de Dios... Pero Jesús les hace dar un salto y comprender otra dimensión de su contento y acción de gracias a Dios:

Vencer al diablo es fuente de gozo, pero mayor es el gozar de Dios en el cielo, el contemplar su gloria, el ver a Jesús resucitado y exaltado por el Padre a su derecha, y también el disfrutar inefablemente de la compañía de los bienaventurados. Todo esto colmará su esperanza. Sus nombres están ya escritos con caracteres indelebles en el Reino de Dios. Su identidad ya no es sólo de la tierra sino del cielo y por tanto, eterna.

¿Hay mayor alegría que ésta?... ¡Demos gracias a Dios por su don inexpresable!

Jesús se desahoga con su Padre-Dios y lo primero que le sale es: “Te alabo, Padre, Dios todopoderoso en el cielo y en la tierra”; y la razón de esta alegría tan profunda en el corazón de Jesús es que Dios a los sencillos les ha revelado los secretos del Reino.

Todo está desvelado a sus ojos: el amor del Padre por su Hijo Jesús y el amor y ternura de éste por su Padre; la mutua comunión entre ambos, que nadie puede escudriñar, pero que se les ha dado a los sencillos, vivir de ello y alegrarse de que sea así. Son los misterios que la Providencia divina ha determinado, en su plan de salvación. Por ello, esta voluntad divina es amorosísima y produce una alegría en el corazón incomparable…

También es providencial que los “sabios y entendidos” se queden fuera de este gran “banquete”…, y la sencillez es la hermana de la mansedumbre…

¡Que de resonancias evoca esta virtud! Lo primero es ver a Cristo, el varón de dolores que no abrió la boca cuando era insultado y escupido. “Manso” es ausencia de ira, de autodefensa, autocompasión, es silencio que habla a gritos sin palabras.

Y Jesús aprendió esta mansedumbre y humildad, del Padre Dios. Él es el primer humilde: “yo no hago nada que no haya visto hacer a mi Padre”, “el Padre y yo somos una misma cosa”…

San Juan de la Cruz, el cantor del amor de Dios y de su mansedumbre, dijo así:
​“¡Cuán manso y amoroso, recuerdas en mi seno…!”

Pues así de manso y amoroso quisiéramos que Jesús descansara en nuestro seno, agradado y hecho uno con nuestro corazón. ¡Que se haga Jesús en mí!...

¡En Dios y con Dios, somos ya ahora felices y bienaventurados!

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