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INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.

17 Y al atardecer, llega él con los Doce.

18 Y mientras comían recostados, Jesús dijo: « Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo. »

19 Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: « ¿Acaso soy yo? »
20 El les dijo: « Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato.
21 Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido! »
22 Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: « Tomad, este es mi cuerpo. »
23 Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
24 Y les dijo: « Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. (Mc. 14, 17-24)

Nada ha deseado tan ardientemente Jesús durante su vida que entregarnos su Cuerpo y su Sangre para ser comida y bebida: “He deseado enormemente comer esta comida Pascual con vosotros, antes de padecer”. Su Cuerpo es verdadera comida que da la vida eterna y su Sangre es la sangre de Jesús en las venas de nuestro espíritu. Todo esto es alimento para el cielo y no para la tierra.

“No volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”. ¿Y qué sucederá cuando llegue el Reino de Dios?: pues que Jesús vendrá y llevará consigo a los que han comido su Cuerpo y bebido su Sangre. Reconocerá que son Él mismo, que le pertenecen porque son carne de su Carne y sangre de su Sangre… Este misterio ha de perpetuarse hasta el fin del mundo por mandato divino…

¡Qué enorme e inaudito consuelo el poder comer a Jesús y beber su Sangre, y no que asimilemos nosotros la divinidad, sino que es Dios el que nos transforma en Sí, siendo otros Jesús!. ¡Oh si al vernos los hombres después de haber comulgado a Jesús, pudieran decir: ¡mira, ahí está Cristo, se le nota, se le ve, se le siente! Y no que dejemos de ser hombres y mujeres frágiles y pobres, ¡no!, sino que el gran milagro es que sin dejar de ser lo que somos, nos transformemos, poco a poco, en lo que ansiamos ser: todo Dios. Al fin, a imagen de Dios nos creó el Padre del cielo y cómo desea que al vernos seamos como su Hijo Amado…

Jesús, después de este milagro de darnos su Cuerpo y su Sangre en comida, se lo suplicó al Padre: “¡Que todos sean uno, como Tú en Mí y Yo en Ti… Yo por ellos me santifico para que sean ellos santificados en verdad!”… Lo único que nos santifica es comer y beber su Cuerpo con fe y amor: “Si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros…, el que come de este pan vivirá para siempre…, y yo lo resucitare en el último día…, el que me come vivirá por mí”…

¡Dejémonos, pues, hermanos míos, amamantar al pecho del Señor, Él con todo su amor se nos ofrece!... ¡No vayamos a este alimento remisos o con desgana, le haríamos a Jesús un gran desprecio!...¿Qué Dios hay que se de en comida y bebida a sus devotos que confían en Él?...

¡Danos siempre de este Pan, Jesús… Danos siempre de tu Sangre!...

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