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PADRE NUESTRO 3.

1 Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: « Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos. »

 

2 El les dijo: « Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,
3 danos cada día nuestro pan cotidiano,
4 y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación. » (Lc. 11, 1-4)

Y ahora nos invita Jesús a pedir al Padre todo lo que nos es necesario para la vida. Lo primero, el Pan Eucarístico, que es Jesús mismo, para la vida de nuestra alma, es decir, para la salvación eterna. Jesús comido y creído en su humanidad y divinidad, tenemos que desearlo y poner la mano para que el Padre nos lo de…, y con Él también lo necesario para el cuerpo. Todo esto gratuitamente nos lo regala nuestro Padre-Dios.

Pero hay una cosa que sólo nos da con una condición y sin atenuantes: el perdón a nuestros enemigos, pues sin este, Dios no puede perdonarnos los pecados que hemos cometido contra Él y contra los hermanos.

Todo es Don, pero este es un Don que sólo posee Dios y lo da a quién se lo pide con fe: el perdonar las ofensas que recibimos unos de otros. Pero hay algo más fuerte: suplicamos amar a los que nos agravian. Amar es hacerles bien, es abrazarles, es no tomar en cuenta sus malas obras; es, en definitiva, olvidar como hace Dios con nosotros, que sepulta nuestros pecados al fondo del mar de su compasión y misericordia.

Pero ante esta grandioso obra, obra divina, acecha la tentación del enemigo, recordándonos el odio y la venganza, despertando la ira y la memoria del mal recibido…; pues como Jesús, nuestro Maestro, oremos con insistencia y, si es necesario, “con gritos y lágrimas” porque Él es compasivo y no deja nunca de escuchar nuestras plegarias, ¡y más la que el Señor Jesús nos ha enseñado como la mejor para hablar a nuestro Padre-Dios!

¡Confiemos en El y nunca dudemos¡ AMEN

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