ALELUYA, ALELUYA, JESÚS HA RESUCITADO

1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. 

2 Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» 

3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 

4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 

5 Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. 

6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, 

7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. 

8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, 

9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. (Jn. 20, 1-9)

 

¡Aleluya, alabad al Señor porque Cristo, el Señor Jesús, fue crucificado, experimentó la muerte y el sepulcro, mas, a los tres días de esto, ha resucitado, ¡para ya no morir más y ahora está sentado a la derecha de Dios- Padre en la gloria. La Resurrección de Cristo es también la nuestra porque Él murió por nosotros y experimentó todos nuestros dolores y humillaciones, y ahora que recibe la gloria de Dios-Padre, está deseoso de que nosotros experimentemos, por gracia, esta impensable transmutación. Sólo Jesús ha podido realizar este cambio en nuestro cuerpo mortal, sometido al pecado y a la muerte. “Él se hizo pecado por nosotros” y lo asumió todo en su Cuerpo, para que “ya no vivamos para nosotros mismos sino para Él”, que murió y resucitó dándonos su propia inmortalidad.

Nuestra personalidad, cuando vinimos a este mundo, no era con la que Dios nos creó, en pureza y santidad.Nacemos con unas tendencias nada buenas. “Satanás”, con una personalidad rebelde a Dios, se infiltró en nuestra raza humana y todos experimentamos esta división interna de nuestra alma, desde el día en que nacemos. Pues, ¿quién enseñó al bebé, aún sin uso de razón, a ser egoísta y buscar sus propios placeres?: esa tendencia que hay en nosotros es llamado “pecado original”. Pues, de esta huella nos ha liberado Cristo por su Resurrección. El bautismo, que inauguró Jesús en nuestra vida, es quien borra esa impronta que parecía indeleble en nuestra naturaleza. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación invocando su Nombre. Porque, “todo el que pronuncia el Nombre del Señor, quedará salvo”.

Esta alegría que nos ha traído Cristo, la comenzó a experimentar María Magdalena y con ella, Pedro y Juan que, al ver “el sepulcro vacío”: “vio y creyó”, porque sintieron en su alma que lo viejo había pasado y que,Jesús, con su Resurrección, hacía un universo nuevo, limpio del pecado y de la muerte. Ellos, ante el hecho de la Resurrección de Cristo, tiraron también “los lienzos de su vida pasada” y, acogieron, con toda su alma,esta fuerza de Jesús de una vida en pureza y santidad.

Y este milagro lo realiza el Espíritu Santo en nosotros que es el Amor de Dios entrando en nuestra alma, así como, al tercer día entró en el Cuerpo muerto de Jesús y lo devolvió a la Vida eterna que tenía desde siempre: “¡Esta alegría nuestra está colmada!”

¡Acojámonos con una fe muy viva a la oferta de Jesús de resucitar un día juntamente con Él en gloria! Toda esta maravilla la pensó su Sabiduría exclusivamente para nosotros que no podíamos, por nosotros mismos,llegar a ella. Pero su infinita misericordia se actuó por el amor que tenía a su criatura, el hombre, hecho a su imagen y semejanza. Dios, desde entonces, se enamoró del hombre y su poder y grandeza está en que nos amó “excesivamente” y nos cargó sobre sus hombros, como la oveja es llevada con mimo y cuidado por su gran Pastor.

¡Sí, “ya estoy resucitado con Cristo y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí”! ¡Vivamos en una acción de gracias y adoración a Dios, ininterrumpida todo lo que permita nuestra debilidad y las alas para volar a Dios que, ¡nos dé el Espíritu Santo! ¡Él hará la obra inmensa de resucitarnos con Él, en su día! ¡Qué así se haga!¡Amén! ¡Amén!

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