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PERO TÚ, ¿QUIÉN ERES?

6 Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. 

7 Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. 

8 No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. 

19 Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron donde él desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?» 

20 El confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo.» 

21 Y le preguntaron: «¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy.» - «¿Eres tú el profeta?» Respondió: «No.» 

22 Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo? »

23 Dijo él: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.» 

24 Los enviados eran fariseos. 

25 Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?» 

26 Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, 

27 que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.» 

28 Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando. (Jn. 1, 6-8. 19-28) 

 

Si nos preguntaran a cada uno: “pero, ¿tú, quien eres?”. Lo más probable es que nos remitiéramos a nuestro origen: soy hijo de tal o cual; o quizás habláramos de nuestro trabajo o de lo que conseguimos con nuestra inteligencia, las carreras, etc. Pero, todo esto no sería responder a nuestra verdadera identidad. San Pablo,por ejemplo, después de su conversión, sí que supo decir quién era: “yo, antes era un blasfemo, un perseguidor y un violento. Pero, Jesús me regaló mi propia identidad: soy un enviado de Cristo a favor de los gentiles, soy un predicador de la gracia de Dios”.

Pero, el personaje que nos ocupa hoy es Juan el Bautista. Muchos años de soledad y oración en el desierto le desvelaron que tan sólo era “una voz que clamaba en el desierto, para que todos, se convirtieran de su mala vida, porque sólo así, podrían estar preparados para recibir a la Palabra que ya estaba entre ellos. Él pedía a todos allanar los senderos. Imagen esta de lo que se hacía cuando iban a recibir a un soberano: la calzada bien lisa, allanando los montes y rellenando los valles. Todo, para que el rey transitara sin obstáculos. Y, el que iba a venir necesitaba corazones limpios de tropiezos, por una conducta limpia y buena. Sólo así, la Palabra que traía el Mesías sería comprendida y acogida, con ardor, en los corazones.

Pero, esta misión del Bautista, sólo se entiende si vemos en la humildad, y por tanto en la Verdad de Juan,todo un conocimiento profundo de sí mismo. Él era como un esclavo ante Dios y un simple hombre, dentro del plan salvífico que traía Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios. Su existencia sólo tenía valor y era necesaria,en tanto que fuera el Precursor de la Palabra. Pero, una vez que ésta, abiertamente se ha manifestado por la predicación, Juan Bautista sabe que su misión está concluida y ha de volver al silencio y la soledad, de donde había salido. Es verdad que, en este tiempo, a orillas del Jordán, unos cuantos hombres se hicieron sus discípulos. Pero aún éstos no eran suyos y se los entregó a Jesús, como las primicias de sus apóstoles. Todo lo dio Juan el Bautista, por ello, dijo Jesús de él que: “no ha nacido de mujer, uno más grande que Juan el Bautista”. Su grandeza estriba en que siempre supo quién era y para quién era. Su identidad está en su humildad, en su insobornable amor a la Verdad que Dios le ofrecía.

Y ahora, viendo el ejemplo de este hombre sencillo y bueno, nos preguntamos sin máscaras: “¿y quién soy yo?”. Y, de seguro, que responderemos bien ante este examen, porque Juan nos se ha hecho descender a lo profundo de nuestro ser, allí donde solo habita el Espíritu del Señor y mi espíritu, desnudo de toda apariencia o disfraz.

Y hoy traigo a la memoria a una mujer pobre y muy sencilla, de la que sólo se dice: “es una buena madre,una buena esposa, una buena abuela, una buena vecina, y ahora, una buena enferma”, como aseguran los facultativos. Ella era y es y será “buena”, en todo. Cumplió su misión con gran fidelidad a lo que Dios le encomendó: ser testigo de la Bondad de Dios.! ¡Qué bien, si al final de nuestros días, se pudiera decir de nosotros algo semejante!

¡Señor, condúcenos por el camino de la sencillez y la humildad, para poder dar en nuestra vida un testimonio a favor de la Verdad, que eres Tú: “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida”! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

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