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MAESTRO, ¿QUÉ ES LO PRIMERO?

34 Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, 

35 y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: 

36 « Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley? » 

37 El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. 

38 Este es el mayor y el primer mandamiento. 

39 El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 

40 De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.» (Mt. 22, 34-40)

 

Este doctor de la Ley, bien sabía cuál era el primer Mandamiento, pero, dándoselas de maestro, quiere examinar a Jesús como se hace con un niño en la escuela. ¡Qué paradoja, un maestro judío le pregunta al “Maestro” que, ¡les ha dictado los Mandamientos y las leyes para que no se aparten de Dios! ¡Jesús es el verdadero Maestro! Pero, el Señor es muy humilde en su Encarnación y le contesta con gran mansedumbre. Cuando se trata de su Padre, Jesús se abaja como un niño: “lo primero y más importante es amar a Dios sobre todo y sobre todos” y con todo lo que un hombre puede amar: el corazón y todo su ser.

Este Mandamiento es lo primero y lo último para su criatura inteligente. No le ha dado otro porque Él mismo es su Creador; Su Restaurador cuando cayó en la desgracia del pecado y será su gozo infinito en una Vida eterna. ¿Puede haber algo en el hombre que no sea amar a su Dios con todo lo que Él le ha dado primero, para que pueda amarle así?: ¡nada ni nadie! Todo se desvanece ante esta propuesta libre. Libre, es verdad, pero necesaria para que el hombre vuelva a la fuente de vida, de donde salió, y sólo por amor. El Amor de Dios está en el origen, en el medio y en el fin de toda la obra de la Creación. 

Pero Jesús no se detiene ante esta maravilla, sino que, como brotando de este manantial, fluye “otro Mandamiento semejante al primero”. La diferencia estriba en el sujeto sobre quién recae: Dios o el hombre. Porque el amor es el mismo con ambos. Es el Espíritu Santo derramándose copiosamente. Por esto, Jesús, no hace distinción en este “quién”. Y, así, en su Palabra, afirmaba: “lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis”. Y para perfeccionar la Ley en Sí mismo dice: “amaos unos a otros, como Yo os he amado”. Aquí, ya no sólo hay cambio del sujeto donde recae el amor, sino que Jesús es Quién ama y Él mismo es a quien se ama. 

El “amar al prójimo como a sí mismo”, ante esta oferta de Jesús, el amor humano se queda muy pobre. Pero,es el único amor que podemos ofrecernos unos a otros, mientras no entre en escena el Amor de Dios que nos llega por su gracia prometida a todos los que se la pidan. El Espíritu Santo, es Quién hace esta transmutación de amor humano pobre, en el Amor divino que, levanta todo nuestro ser hasta el Cielo. 

¡Jesús, enséñanos a amar con tu mismo Corazón, a la manera de Dios, con destellos suaves, divinos! ¡Si Tú no nos presentas, de alguna forma, cómo sólo Tú sabes, tu Santidad, tu Hermosura, tu Bondad, tu Sabiduría, tu Fortaleza, todos tus atributos que enamoran en Ti nuestro corazón, ¡no podremos salir de nuestros modos y maneras bajos de amarte! ¡Que no tengamos que decir con San Agustín: “¡Oh hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!

¡No, Señor y mi Dios, que comience ahora, en este instante, a amarte, tanto si soy joven, ¡o no tan joven!¡Infúndenos tu Espíritu Santo y todo se hará bien, a tu gusto y manera! ¡Qué así sea, Señor! ¡Amén! ¡Amén! 

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