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HE PRENDIDO FUEGO EN EL MUNDO

49 « He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! 

50 Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! 

51 « ¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división. 

52 Porque desde ahora habrá cinco en una casa y estarán divididos; tres contra dos, y dos contra tres; 

53 estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.» (Lc. 12, 49-53)

 

La misión de Jesús al venir a nuestra tierra y hacerse hombre, es entregarnos el Amor del Padre y ya, sin intermediarios, como eran los profetas y los elegidos de Dios. Jesús, que, es el Verbo de Dios, Él mismo, nos trae el Amor que se vive en la Trinidad. Allí, todo es Amor. Y, es tan fuerte este nexo entre Padre e Hijo que, de Ellos, nace una Persona: el Espíritu Santo. Esta, recibe de toda criatura igual honor y gloria, porque es tan Dios como el Padre y el Verbo, el Hijo. No es que en la Trinidad Santa haya tres dioses, sino que son Tres Personas y un Único Dios verdadero.

Este Misterio, supera nuestra pobre comprensión porque la razón humana está hecha para las cosas de la tierra y no para las del cielo. Así se entiende que, Jesús, que, sabía de todo esto, velado para el hombre,quisiera, de algún modo, revelar lo que, para Él, es su Ser, y, por tanto, su Vida. Y, así les dice a sus discípulos: “sufro angustia, hasta que vea arder el mundo con este bautismo con el que me voy a bautizar”.

Por supuesto, no habla Jesús del bautismo que recibió de manos de Juan Bautista, aunque lo que Juan Bautista hacía, era figura de la realidad del Bautismo del que el Padre revistió a su Hijo, Jesús: “Éste, es mi Hijo, el Amado, escuchadle”. Y, Jesús, podría haber añadido: “como yo escucho al Padre, porque no os propongo nada que, no haya visto hacer al Padre. Por esto: “el que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”.

Pues, el Espíritu Santo de Dios, llevó a Jesús al Bautismo de derramar su Sangre, para, por Ella, salvar al mundo de sus pecados. Y, este Bautismo, apremia a Jesús en el deseo hasta sentir angustia porque se cumpla. Esta pasión de Jesús, no se realizó para asegurar la paz del mundo. Porque, “esa paz, es tranquilidad en el orden” y nada más. La Paz que trae Jesús a las familias y a todos los corazones, es la inhabitación de Él mismo en ellos, porque nos confesó que, “yo soy vuestra paz y he hecho de las dos partes una sola cosa, en mi cuerpo, derribando el muro que los separaba: el odio “. Porque, como Él es el Amor de Dios, ante Él, se derriban todas las enemistades.

Pero este grandísimo Don, le ha costado a Jesús toda su Sangre Preciosa: es el deseo apremiante de Cristo por la paz y por el amor para “crear en su Cuerpo un solo hombre nuevo”.

¡Jesús, infúndenos ese ardor que te llevó a dar la vida por los hermanos! ¡No nos abandones en nuestras acciones inútiles pues, queremos amarte también con nuestro cuerpo de carne y unirnos a ti en tu Cruz y en tu Luz gloriosa del fin de tu Bautismo que, es la Resurrección! ¡Todo, como Tú quieras y cuando Tú quieras porque “todo lo has hecho y lo haces bien”! ¡Queremos seguirte en el ardor de tu caridad para prender los corazones en tu Amor! ¡Hazlo Tú Jesús, escúchanos y todo nos irá bien! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

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