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AL PONERSE EL SOL, TODOS IBAN A SER CURADOS

38 Saliendo de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con mucha fiebre, y le rogaron por ella. 

39 Inclinándose sobre ella, conminó a la fiebre, y la fiebre la dejó; ella, levantándose al punto, se puso a servirles. 

40 A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban; y, poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. 

41 Salían también demonios de muchos, gritando y diciendo: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él, conminaba y no les permitía hablar, porque sabían que él era el Cristo. 

42 Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara. 

43 Pero él les dijo: «También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado.» 

44 E iba predicando por las sinagogas de Judea. (Lc. 4, 38-44)

 

Jesús es el hombre para todos. Primero, se entrega a los de cerca y seguidamente, a los de lejos.

Después de predicar en la sinagoga de Cafarnaúm, fue a la casa de Pedro. Éste le ofrece hospitalidad y Jesús le da la salud porque, “su suegra padece fiebres muy altas y le ruega por ella”. Jesús se inclinó sobre ella e increpó a la fiebre y ésta desapareció, dejándola sana, de forma que, se levantó y se puso a servirles sin dejarle señales de fatiga o enfermedad.

¡Cómo se sentirían Pedro y todos los de esta casa! Pues, hay que imaginar que la gratitud y el amor entraría como un rayo de luz en todos los corazones: “¡hoy ha sido la salvación de esta casa!”, como le aseguró Jesús también a Zaqueo. El Señor, al igual que con sus apóstoles, quiere iluminar y llenar de salvación la casa de nuestro corazón y con él todo nuestro ser. En muchos momentos de nuestra vida, “las fiebres” de todo tipo,nos visitan. Ellas nos dominan y postran en cama sin poder reponernos. Pero es seguro que, algún hermano o amigo, ha velado en oración junto a nuestro lecho del dolor y ha suplicado a Jesús por nuestra salud. Él desea que sintamos cómo “se inclina e increpa a nuestro dolor”, alejándose de nosotros, cuando tanto nos afligía. De este encuentro con El Salvador, el Espíritu Santo quiere despertar en nosotros la acción de gracias y la alabanza: ¡seamos muy agradecidos!

Pero la misericordia de Dios es infinita y también reparte su gracia “a los de lejos”, a “los de la puerta de al lado”. “Al ponerse el sol, muchos enfermos van a su encuentro para ser curados”. Todos buscan la salud en Cristo. Porque el hombre bien sabe que Dios lo que quiere es que viva y esta primera curación es preanuncio de la salud definitiva, cuando Jesús resucite, junto a Sí, a todos los que lo aman y por esto, lo buscan para vivir con Él eternamente.

Y Jesús que es para los demás, lo es primero para su Padre-Dios. Él es quien le ha enviado para que muestre su Rostro misericordioso a todos los hombres y para “proclamar el año de gracia del Señor”. Pero, esta tarea la lleva en tensión, buscando las ovejas perdidas y hablando a solas con su Padre del Cielo. En estas íntimas soledades, a donde le lleva el Espíritu Santo de Dios, es donde bebe y se llena de Amor y de Luz, para después poder invadir con su gracia todos los corazones que toca con su mano y da vida con su Palabra poderosa: “¡Levántate!”, “¡Quiero, queda limpio!”, “¡Sal de él, espíritu inmundo!”

¡Siempre, es expulsando el mal e invadiendo con el bien!

¡Oh Señor, que podamos también nosotros escuchar en lo íntimo del alma tu voz que me dice: “¡Ven a mí!”“¡Ven con un corazón puro y un espíritu firme!” ¡Qué así sea Jesús, en mí y en todos los que amo! ¡Amén!¡Amén!

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