PARABOLA DE LA CIZAÑA.
24 Otra parábola les propuso, diciendo: « El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo.
25 Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue.
26 Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña.
27 Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?"
28 Él les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?"
29 Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo.
30 Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero."» (Mt. 13, 24-30)
El Reino de Dios está en el mundo y se llama aquí “buena semilla”. Es de esperar que lo bueno dé frutos buenos y así es de parte de Dios. Pero en el campo del mundo entra otra realidad, de la que no se puede prescindir: la acción del diablo que “anda como león rugiente, buscando a quien devorar”. Sería ingenuo vivir como si esta fuerza maligna no existiese. De aquí, la prudencia de la serpiente que Jesús nos mandó tener en otro pasaje de su Evangelio.
Si a un labrador se le preguntara si alguna vez vio transformarse su trigo en mala hierba, te diría que nunca lo vio, que eso es imposible. Lo que quiere decir, que el tentador no puede hacer esta mutación. Él se reserva el incitar al mal, el sugerir acciones contra del Amor de Dios; pero Jesús ya nos dijo muchas veces: “no tengáis miedo”. Dios y sus ángeles nos protegen en esta lucha inevitable.
En tiempo de Jesús se creía que el Reino de Dios irrumpiría con su Mesías y destruiría todo el mal del mundo. Pero el Reino de Dios que Jesús predica, no es esto: mal y bien cohabitan juntos y Dios no ha arrancado a los malos de la tierra, deja que vivan junto con los buenos, hasta el tiempo de la siega. Entonces enviará a sus ángeles que tomarán a los que han hecho el mal y no se han convertido, y los destinará al fuego eterno. Es entonces cuando sólo quedarán ante Jesús los justos, que brillarán como el sol en el Reino de Dios.
Así, Jesús nos invita a la perseverancia en el bien, a pesar del mal que nos rodee, y a una paciencia que nunca dice: “basta”, porque ella es muy buena para plantarle cara al mal que vive entre nosotros y en nosotros y nos fuerza a invocar al Padre en una oración constante, que no se doblega ante las dificultades y gime de continuo con gemidos sostenidos por el Espíritu, gemidos inefables que Él mismo provoca…